Entendida la vida como información, los procesos relativos conocidos como salud y enfermedad son expresiones del diálogo de la vida con su entorno, es decir que son un lenguaje. El dolor es un lenguaje. La terapéutica es también un lenguaje, e idealmente debería ser un diálogo que utilice el mismo lenguaje de la vida.
Cada vez más desde la física- mucho menos desde la “ciencia” médica- se reconoce un universo conectivo, indivisible y participativo. Un universo, conformado más que de causalidades o finalidades, de sincronicidades, en el que todas las partículas son apenas los puntos de cruce de una red de relaciones más real que la materia que tocamos.
El potencial humano, no es un simple subproducto, producto de actividades en el plano físico-químico. Que sus emociones y su mente tengan un efecto regulador sobre la salud es una cosa. Pero que un hombre pueda desarrollar la habilidad de vehiculizar a través de su propio campo de energía una información que restablezca el equilibrio de otro ser humano, de un animal, o de un cultivo de bacterias, es algo bien diferente, que nos debe llevar a una reformulación de nuestros conceptos de conciencia, información, energía y materia.
Y empezamos a descubrir en Medicina lo que la Física había descubierto a fines del siglo pasado: que la realidad no está hecha de partículas ni de cargas sino de un campo invisible que no sólo no separa las cosas, sino que explica el comportamiento de ondas y partículas.
Sólo que en el hombre, ese misterioso campo que penetra todas las células es, además de un campo de energías, un campo de información y de conciencia. Si lo miramos con los ojos de la biología molecular sólo las partículas aparecerán. Si lo miramos desde la perspectiva de la Física, los electrones activados despedirán fotones a la velocidad de la luz y el cuerpo humano parecerá proyectarse al sistema solar. Si lo miramos con otros ojos tal vez podamos alcanzar a vislumbrar campos de información y de conciencia sin ninguna localización concreta.
Desde cualquier visión, surge sin embargo un mínimo común denominador: todos los campos, ya sean campos de materia o de energía, campos de información o de conciencia, son campos de relación. Contextos de contextos relacionales que se expanden y se contraen entre el microcosmos y el macrocosmos
Todo esto nos revela que la salud es un asunto relacional. Relaciones entre moléculas, emociones, creencias. Relaciones con nosotros, con los otros, con el mundo de lo trascendente. Todos esos patrones de relación son presente vivo en nuestro cuerpo. Están latentes en nuestra piel, en el cerebro, en el genoma. Como agua viva, un campo relacional empapa nuestro cuerpo y nos conecta al universo.
Todos son campos de conciencia comprimidos o expandidos, octavas de una vibración fundamental que podemos sintonizar con paquetes de información constituidos por estímulos mecánicos, químicos, electromagnéticos. Pero también por actitudes, intenciones, imágenes y pensamientos. Campos de conciencia que, en ciertas circunstancias, pueden precipitarse en cascadas de energía e información hasta las moléculas. Aquí tiene sentido el mantram, el mandala, el símbolo, la oración. En todo instante esa magia está sucediendo en el organismo: una idea moviliza neurotransmisores. El solo pensamiento de moverse ya genera actividad eléctrica de complejos grupos neuronales. La tristeza moviliza neuropéptidos que actúan sincrónicamente sobre el sistema inmune, el sistema vascular, el apetito, la libido. Un sentimiento de amor impersonal cambia toda la fisiología y la emisión eléctrica del corazón que actúa como una especie de cerebro eléctrico, ordenador de todos los ritmos. Como una matriz de infinita sensibilidad orientada al reconocimiento de la unidad, como una armonía destinada a llevar a cada espacio la conciencia de la integridad, cada estímulo -denso o sutil- desencadena cascadas que inciden sobre la totalidad.
Fragmento de un artículo del Dr. Jorge Carvajal Posada
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Imagen: Remember por Janosh